"BARDO: FALSA CRÓNICA DE UNAS CUANTAS VERDADES"


 Después de su tibio paso por Venecia y por el FICM, llegó a salas de cine “Bardo: falsa crónica de unas cuantas verdades”, la nueva cinta del ególatra y whitexican Alejandro “el negro” González Iñarritu, una especie de biopic llena de auto referencias y pasajes íntimos de la vida del director narrados al estilo de “rayuela”, es decir, sin un hilo conductor lineal, lo que ha causado una división entre quienes la consideran una obra maestra y quienes la piensan como una película fantoche y pretenciosa.

Bardo” narra un episodio en la vida de Santiago Gacho, un documentalista laureado en el extranjero, pero incomprendido en su país natal, del que decidió salir para no seguir trabajando en el monopolio televisivo imperante en su patria, sin embargo, ha decidido regresar a México por un solo motivo; recibir un premio, aunque ello le lleve a enfrentarse a su propio síndrome del impostor. Ese es solo uno de los tantos momentos autobiográficos que veremos aquí, ya que todo en si está puesto para que Iñarritu hable del que parece ser su tema favorito; su ego, por ello veremos destellos de “Babel” y hasta de “amores perros”.

Efectivamente, “Bardo” está llena de “unas cuantas verdades”, unas más públicas –como la pérdida de un hijo, recibir un doctorado honoris causa por la UNAM, vivir en el extranjero…- otras más íntimas –como crisis personales y familiares de las que nos iremos enterando en el film-. Y sí, creo que no se trata de una cinta de fácil digestión, pero ¿cuándo lo ha sido el cine del Iñarritu? También creo que efectivamente, “el negro” es ególatra y grandilocuente al contar su propia historia, pero también es cierto que es el único cineasta con 5 Oscares, 4 globos de oro, 3 BAFTAs y una lista de premios que incluyen el de mejor director en el festival de cine de Cannes, así que, con esas credenciales, ser un pedante es lo de menos, vaya, que hasta se le permite serlo, cosa que él sabe y por lo que juega con ello al poner a su personaje a charlar con Hernán Cortés mientras recita a Octavio Paz, ¿acaso hay algo más mamador que eso?


Lo importante en “Bardo” no es la historia en sí, sino la manera en que es narrada, y eso –para mí- ya la convierte en una de las mejores cintas del año, ya que así es como entendemos la vida, -ya lo decía Freud- nunca es “lo que pasa”, sino el “como contamos lo que nos pasa”. Es nuestra manera de narrar la historia la que nos mantiene –o no- a flote y lo que –en el mejor de los casos- nos lleva a terapia; es en ese lugar donde nos convertimos en ese que recita su poema y tratamos de descifrar nuestros sueños. Nunca buscamos una “interpretación”, sino una reedición de todo lo que soñamos y recordamos, y es ahí donde se encuentra el triunfo de la película; todo, absolutamente todo, ocurre en lo onírico, difícilmente sabemos si se trata de recuerdos, sueños, obnubilaciones, realidades o mentiras, pero al final del día ¿eso realmente importa? ¿acaso no es más “importante” lo que sentimos frente a lo que nos ocurre que el acto mismo? Es por ello que si tratan de “comprender” lo que ocurre seguramente si les parezca petulante, sin embargo, si le dan más peso a aquello que “sienten” al ver la película, seguramente su experiencia será otra.


Además “Bardo” no solo es un guion incomprensible que de inmediato remite a los textos de André Breton, también tiene el mejor diseño de producción del año, el trabajo de Eugenio Caballero es increíble y eso se verá reflejado en la siguiente temporada de premios; desde ajolotes y migrantes en el desierto, casas en CDMX con piso de arena, sets de televisión que te llevan a los 90´s y como cereza del pastel, una secuencia de baile en el famosísimo California Dancing Club. Todo en un remolino de colores donde –junto a la fotografía de Darius Khondji (si, el fotógrafo de “de Roma con amor”, “medianoche en Paris”, “Evita”, “se7ev”, y el cortometraje de Thom Yorke y Paul Thomas Anderson “anima”) te sumergen en planos apabullantes que definitivamente remiten a esos sueños surrealistas que todos hemos tenido; como cuando vas caminando, pero de pronto ya estás en otro lado, o como cuando dices “era mi papá, pero yo sabía que también era mi tío, o mi vecino tal…”. De eso se trata “Bardo”, de la imposibilidad de contar un sueño tal como queremos, de esa sensación que te da cuando quieres seguir durmiendo para continuar en el guion que tu inconsciente ha creado o viceversa, cuando en el sueño sabes que estas gritando, pero nadie –ni siquiera tú mismo- escuchas y te entra una desesperación al no poder despertar. Tema aparte merece la escena en donde nuestro protagonista mantiene una conversación con su padre y todo lo que ahí escuchamos y vemos, pero eso ya es parte de un sueño personal.


Así que, aunque Iñarritu habla desde su privilegio (como cuando dice “somos migrantes de primera”, o cuando acepta que desconoce el tema de los indocumentados, pero aun así ganó un premio por hablar de eso –clara referencia a su galardonado proyecto “carne y arena”-) su voz resulta interesante, sobre todo cuando el año ha estado plagado de cine que siempre resulta en lo mismo, por lo que ver a Daniel Giménez Cacho hablar sin mover los labios me parece un buen trago cinéfilo y  además una de sus mejores actuaciones en mucho tiempo. Sin duda a mi “Bardo” me ha atrapado; me ha hecho pasar de la risa a la burla y luego al llanto para que al terminar la cinta me quede pensando, me tome un par de segundos y me diga “¿Qué acaba de pasar?, tal como suele ocurrir cuando despierta de un sueño encriptado.

La cinta estará en cines por 6 semanas y luego llegará a Netflix, cosa que por cierto nunca había ocurrido y que es una clara muestra de que está hecha para ganar estatuillas destinadas (al menos) a la fotografía y el diseño de producción, categorías que -para mi- ya tiene casi aseguradas.


Kone Arrevillaga




 

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